viernes, 5 de junio de 2015

Paranoia y Zozobra Social

Saliendo de casa, inicia la operación comando. Armas el frugal kit: cédula, carnet de la empresa, y par de billetes para el pasaje. Cualquier otra cosa es un riesgo. Estrategia de supervivencia, cambio de Sim Card del Smartphone de uso informativo, al teléfono baratón –pues Dios libre, que en la requisa, no haya nada en stock– el cual, aun siendo un aparato austero, igualmente vale más de medio salario mínimo, por si a las moscas, lo portas en las medias, lo más cerca del zapato posible –no vaya ser que andando se caiga–.

Tu baratija de relojito, podría ser una tentación, va para la gaveta –veras la hora en el teléfono portable, cuando llegues al trabajo: si es que logras tal proeza–. ¿Te graduaste? ¡A nadie le interesa! Tu anillo de grado, el cual probablemente tengas solo como imagen de motivación al logro derredor, sin semblante jactancioso, sino como proyección de ejemplo, o por la razón que fuere, igual… también para la gaveta. La ropa más escueta,  los zapatos menos llamativos.

Luego de una decena de avemarías y padrenuestros, invocaciones de diferentes fuentes místicas y evocaciones a familiares difuntos, destrabas los tres pestillos que resguardan la reja –más la cerradura de la puerta de madera–  fisgoneas en previa inspección, y con una velocidad de un comics, logras salir de tu celda, jaula, o para no herir susceptibilidades, de tu hogar.

Empieza el calvario. El sonido de una moto te desprende el espíritu. Tratas de no generalizar, pero en ocasiones un prejuicio te ahorra un perjuicio. El motorizado es un padre llevando a su hijo a clases. La coprolalia te toma poseso, y te regresa el color bendito del alma. Trayecto de casa a la parada o estación de transporte urbano, continúa tu conexión religiosa, entre mantras y letanías al compás del caminar, completas rosario y medio.

Aparca el bus, medio abordas la unidad, repliegas tus lentes de sol –adquiridos en una óptica itinerantes de anime– para escrutar a los pasajeros, obviando el “Caras vemos, corazones desconocemos”. Es tu decisión centesimal abordar o desistir. Accedes. La mirada obsesiva, forma parte de tu tez. Quieres ir en la puerta por si alguna contingencia delictiva, un soliloquio maniático subyace en tu mente ¿Me atreveré a lanzarme en aras de la protección de mi integridad? ¿Una bala o unas vueltas en el pavimento y algunos huesos rotos?

Pasas seis paradas diciendo “Yo me quedo en la que viene”. Antes de descender, vuelves a auditar el perímetro del destino. Te quedan dos cuadras llaneras para llegar al trabajo. Alguien cariñosamente te palmea un hombro en señal de saludo. Lo evades con un aspaviento de arte marcial que tú mismo desconoces, antes de la azotaina logras identificar al sujeto: es tu vecino de mobiliario en la empresa.  Respiras profundamente al ingresar a tu lugar de trabajo, y como colofón agradeces mil veces al creador, el hecho de aun permanecer con vida.

 Rodríguez R. Gabriel J.
@gabo_rodriguez3
Gabógeno

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