miércoles, 15 de julio de 2015

¿Felices o “antiparabólicos”?

Hace pocos años, hojeaba un libro de records que daba a Venezuela como “el país más feliz del mundo”. Entusiasta, acudí a las bases de cuantificación, en aras de regodearme en el logro de mi gentilicio. Pero al terminar mi investigación, solo hallé una supina pesadumbre. Ese día entendí, la ambigüedad del término “felicidad”.

Según Christopher Gardner, la felicidad es una consecución de pequeños momentos de alegría –palabras más, palabras menos–, adicionan otros filántropos, que la felicidad no está en el final, sino en el camino.

Reflexionando sobre el record citado al principio me pregunto: ¿Cómo puede el venezolano ser feliz? En un escenario tan “psicópata y psicopatógeno” ¿Será lo mismo ser “feliz”, a ser “antiparabólico”? El desdén, la bartola, el desinterés, o lo que suelo llamar “Bolalhombrismo” ¿Son parte de la “felicidad”?  O peor aún, ¿Será que a mí me cuesta ser feliz?

No me es posible ser feliz, cuando veo hermanos abatidos por el hampa, ni cuando veo los índices de abandono estudiantil, mucho menos cuando la zozobra convierte a mis coterráneos, en fugitivos inocentes esparcidos por el mundo.

No me hallo en la felicidad, cuando el desempleo agobia al país, menos aún, cuando la impunidad es la sentencia general de todo lo fiado por el poder jurídico. Aunado a lo anterior, la depresión que me produce ver al país de Vargas, José Gregorio Hernández, Convit y Fernández-Morán, sumergido a uno de los aparatos de salud más deplorables del continente.

Me imposibilita ser feliz, ver que la inflación está en la cima –experimentando hiperinflación y estanflación– y el poder adquisitivo junto a la calidad de vida se incrustan al subsuelo. Me invade la melancolía cuando en los semáforos, niños rodean el coche pidiendo dinero y sus manitas quedan tatuadas en los vidrios con la tinta indeleble de la necesidad.  

Me aborda un halo taciturno, cuando derredor observo el auge de embarazos prematuros, desnutrición, insalubridad, hacinamiento carcelario, criminalización de la protesta, censura, corrupción, deterioro educativo, propagación de antivalores y pare de contar. Me da un vacío estomacal, que el “pan nuestro de cada día”, nada más se consiga en las líneas de la benedicta oración, pues aquel país del “te lo tengo”, es ahora la patria del “no hay”.

Mi alegría se cohíbe, al ver que los poderes públicos actuales, son la abominación más conspicua de la historia republicana de Venezuela, rendidos y sumisos a radicalismos, colores y precios, además carentes de lo más sublime de su razón de ser: la probidad. 

Por eso hoy recuerdo la lectura de aquel texto y me pregunto ¿De cuál felicidad hablaban aquellos redactores? ¿Se habrán equivocado de país, de sentimiento o de perspectiva? Quedarme exánime ante una situación, no es mi prototipo de felicidad.

Rodríguez R. Gabriel J.
@gabo_rodríguez3


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domingo, 5 de julio de 2015

Un país, una esperanza

Una de las cualidades más subversivas que bien ha sabido fortalecer esta vorágine de aparato politiquero, es ese hipnotismo basado en atar obligaciones morales al pueblo: adjudicación de viviendas –sin títulos de propiedad– , asignación de empleos –sin derecho a libre albedrío–, deshonrosos sistemas de control en distribución de productos de la cesta básica, creación cuerpos de seguridad y autoridades con un gasto público multimillonario –sin que mermen los indicadores delictivos– adornando las páginas de los rotativos nacionales –los pocos que quedan– de imágenes imborrables, en donde la sangre se derrama con tanta frecuencia, que propaga una pesada condición de normalidad. Ya la esperanza que para muchos fue este proyecto, se esfumó cuando se tergiversaron sus principios.

Tú, servidor público, piensa que harás con tu cédula este seis de diciembre en los comicios parlamentarios; Usted, abuelo de la patria, que registra en sus sienes la historia de este hidalgo país, consulte bien que hacer detrás del paraban de votación antes de presionar su opción de preferencia. Mujer y madre luchadora, que viste depauperar tu calidad de vida y por ende la calidad de educación de tus hijos, cree en ti, cree en la reconciliación, cree en la tolerancia, ten fe, dale un permiso a la vida, que ya se nos está escapando de las manos. Tú, estudiante universitario, que fuiste carnada de los más espeluznantes experimentos ideológicos, analiza, está en tus manos decidir el futuro en el que vas a vivir, dale el peso que merece tu carrera y a la postre tu título, no te dejes colocar precio, tu conciencia es invaluable, pero cuanto significa. No eres un voto amigo, eres una persona, valórate y siéntete así.

Pero sobre todo Venezuela avívate, sal y vota, no te abstengas. No olvides la cuantía y calidad de tus dones. No mereces elegir entre la nada y las migajas como opciones. Recapacita, llénate de buena vibra, colabora con el rescate, y cuenta mañana a tus nietos, que fuiste un granito de arena valioso, en la reconstrucción de este, nuestro hermoso país.

Cerciórate que cuando la maquina te imprima ese papel, estés aportando a las urnas un antídoto, y no más veneno. Cuando gires en la herradura cerca de tu mesa de votación, imagina que vas dejando atrás el peso de sentirte culpable, por la responsabilidad de seguir adelante reconstruyendo los sueños que quedan de patria. El voto, no se guarda, no genera intereses y fuera de contienda, no vale nada.

Hay un sector no radical que cuenta con tus ideas y potencial, para sacar adelante a nuestro terruño, pues tus ideas son solo ahora una luz, pero mañana serán soluciones, que asistirán a  todos y cada uno de los venezolanos sin importar color, porque Venezuela, somos todos. Señores, el día que perdamos la fe, se habrá perdido todo. Adelante.

Rodríguez R. Gabriel J.
@Gabo_Rodríguez3

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¡Yo no voto por diputados!

De los mismos creadores de “Yo no me preocupo por el precio del dólar, pues yo pago en bolívares”, nos llega en horas de comicios parlamentarios la máxima: “No, yo no voto por diputados, yo voto solo por presidente”; Gastada costumbre venezolana, de dar poderes taumatúrgicos a un solo sujeto, fomentando lo que los politólogos denominan “Hiperpresidencialismo”, es decir, esa figura mesiánica que al hartazgo he citado en artículos anteriores.

El aparato vertebral bajo el cual se rigen el Estado y por ende la nación, está constituido por cinco poderes a saber: ciudadano, electoral, judicial, legislativo y ejecutivo. La simbiótica de este neurálgico compendio, en teoría, debería garantizar la viabilidad para mitigar las necesidades básicas de una sociedad. La probidad, la imparcialidad ideológica, más la diversidad de criterios en los intríngulis de estos curules, son condiciones sine qua non para que el progreso y la prosperidad ciudadana alcancen a las mayorías.  

La visión de la Asamblea Nacional como institución reza: “Ser un Poder Legislativo Nacional, democrático, protagónico, pluricultural y descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la convivencia y la pertenencia de las leyes para ésta y las futuras generaciones”

Pero, ¿Donde yace la importancia de las elecciones parlamentarias? Pues en que bajo esta cúpula dorada, debería determinarse –en forma de proyectos– el buen funcionamiento del estado de derecho, la independencia de los poderes públicos –sin genuflexiones radicales entre ellos– y la provisionalidad de los distintos funcionarios, asuntos que contrarrestan la depauperación de la democracia.

En los países desarrollados el rol del poder legislativo es preponderante al poder ejecutivo, pues la gama variopinta de discernimientos sesudos que pueda hacer vida en estas instancias, tiene el poder de mejorar o vejar, aprobar o rechazar, las ideas o pretensiones, que cualquier otro poder pretenda instaurar. Las aprobaciones tomadas en el hemiciclo, son las garantes de la fiscalización, seguimiento y auditoría de prácticamente el resto de los poderes.

Por eso hay que procurar entender en lo que se incurre cuando se espetan sentencias de tal envergadura. Deténgase a reflexionar, antes de soltar el “Yo no voto por diputados”, cuáles son las consecuencias de su desidia y desinterés.

Y si lamentablemente ha optado vegetar, en el infame estatus de ser un “ni-ní” –o no votante– recuerde que bien es cierto, usted está en su derecho de no apoyar “ni” a uno “ni” a otro, pero no es menos verdad que al entrar en los márgenes de abstención, no tendrá moral –si es que le estremece esta palabra– “ni” para opinar, “ni” para quejarse.

Rodríguez R. Gabriel J.

@gabo_rodríguez3

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