¡La Undécima Estrella!
Desde hace más de veinte
años, no solo me limité a ver cestas, bloqueos, triples o volcadas. Recuerdo que
tuve en mi formación académica, profesores glorias de esta familia. Evoco que al
salir del liceo, iba a practicar Ingles con algunos jugadores, y a aprender de
esquemas con la dirección técnica. Jamás olvido que del pueblo de mis padres
apareció en esta cancha, un jugador de sobrenombre fantasmagórico. Viví con
esta divisa, cambios de nombres, sedes, colores, reglas, jugadores y lo mejor, de
actitud. Pude notar, al ritmo de la batucada, como una familia hacía del ser “campeón”,
su misión y visión. E hice del baloncesto mi pasión.
Inolvidable el primer día
que pisé este tabloncillo. Sin contar la primera vez que encesté un triple bajo
esta cúpula. Aquí grité, reí, lloré, sufrí. Entendí en las paredes de este
lugar, el respeto y la solemnidad de oír el Himno Nacional, con vista a la
bandera.
Desde 1991 y 1993 cuando
las primeras estrellas dibujaron este uniforme, pude notar que el esfuerzo
entre público y equipo, eran la clave del éxito. Vi como una casa se quedaba
pequeña, de tanto crecer una familia.
Hubo momentos fatídicos, lesiones
graves, minutos de silencio o aplausos por la pérdida física de personajes indelebles
de nuestra memoria, campeonatos perdidos, campeonatos ganados por forfait, lágrimas
en los ojos de jugadores y hasta lluvias de objetos. En contrapartida de esto
último, también oí, más de cinco mil voces clamando justicia contra dos o tres
sujetos, que lamentablemente no entienden de respeto.
Aquí conocí a muchos NBA
de todo el mundo, pero ninguno dejó tan grata impresión, como la del nuestro.
Ese dorsal catorce, que no solo alimenta al público con su juego, sino con
todos los valores que su personalidad proyecta: humildad, pundonor, compromiso,
disciplina y familia.
Vi a muchos subirse a los
aros, y cortar sus mallas para guindárselas de medallas. Vi gradas vaciarse al
tabloncillo, para compartir triunfos con sus héroes. Conocí a una hermosa doña,
que pito en boca y bandera en mano, es y siempre será la madrina de todo el
Estado Anzoátegui. Vi muchachos del barrio, descocer la rigurosa liga
universitaria estadounidense, ser Jugador Mas Valioso en otra liga, y luego
volver a casa y quedar campeón.
Aprendí –en piel de
gallina– con una cesta triple de poco menos de la mitad de la cancha, que el
juego no se acaba, hasta que se termina. Vi el nivel de reacción que pueden
tener en la multitud, el grito “Lalo, lalo, la locura”, y un pañuelo blanco
ondeado de forma circular.
Hace algunos años oí “el primer
equipo tricampeón” de la Liga Profesional De Baloncesto. Hace días vengo oyendo
el término “decacampeón”. Y hoy, con el frenesí de todo un estado que creció
yendo a “La Caldera Del Diablo”, veo como se dibuja en el equipo de mis amores
la undécima estrella en su palmarés. ¡Viva Marinos de Anzoátegui! ¡Viva el campeón!
Y vamos por la doce.
Rodríguez
R. Gabriel J.
@gabo_rodríguez3
·#Gabógeno
También puedes hallar el artículo en:
Y deja tu sugerencia, crítica o sano comentario.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario