¿Felices
o “antiparabólicos”?
Hace
pocos años, hojeaba un libro de records que daba a Venezuela como “el país más
feliz del mundo”. Entusiasta, acudí a las bases de cuantificación, en aras de
regodearme en el logro de mi gentilicio. Pero al terminar mi investigación,
solo hallé una supina pesadumbre. Ese día entendí, la ambigüedad del término
“felicidad”.
Según
Christopher Gardner, la felicidad es una consecución de pequeños momentos de
alegría –palabras más, palabras menos–, adicionan otros filántropos, que la
felicidad no está en el final, sino en el camino.
Reflexionando
sobre el record citado al principio me pregunto: ¿Cómo puede el venezolano ser
feliz? En un escenario tan “psicópata y psicopatógeno” ¿Será lo mismo ser
“feliz”, a ser “antiparabólico”? El desdén, la bartola, el desinterés, o lo que
suelo llamar “Bolalhombrismo” ¿Son parte de la “felicidad”? O peor aún, ¿Será que a mí me cuesta ser
feliz?
No
me es posible ser feliz, cuando veo hermanos abatidos por el hampa, ni cuando
veo los índices de abandono estudiantil, mucho menos cuando la zozobra convierte
a mis coterráneos, en fugitivos inocentes esparcidos por el mundo.
No
me hallo en la felicidad, cuando el desempleo agobia al país, menos aún, cuando
la impunidad es la sentencia general de todo lo fiado por el poder jurídico. Aunado
a lo anterior, la depresión que me produce ver al país de Vargas, José Gregorio
Hernández, Convit y Fernández-Morán, sumergido a uno de los aparatos de salud
más deplorables del continente.
Me
imposibilita ser feliz, ver que la inflación está en la cima –experimentando hiperinflación
y estanflación– y el poder adquisitivo junto a la calidad de vida se incrustan
al subsuelo. Me invade la melancolía cuando en los semáforos, niños rodean el
coche pidiendo dinero y sus manitas quedan tatuadas en los vidrios con la tinta
indeleble de la necesidad.
Me
aborda un halo taciturno, cuando derredor observo el auge de embarazos
prematuros, desnutrición, insalubridad, hacinamiento carcelario, criminalización
de la protesta, censura, corrupción, deterioro educativo, propagación de
antivalores y pare de contar. Me da un vacío estomacal, que el “pan nuestro de
cada día”, nada más se consiga en las líneas de la benedicta oración, pues
aquel país del “te lo tengo”, es ahora la patria del “no hay”.
Mi
alegría se cohíbe, al ver que los poderes públicos actuales, son la abominación
más conspicua de la historia republicana de Venezuela, rendidos y sumisos a
radicalismos, colores y precios, además carentes de lo más sublime de su razón
de ser: la probidad.
Por
eso hoy recuerdo la lectura de aquel texto y me pregunto ¿De cuál felicidad hablaban
aquellos redactores? ¿Se habrán equivocado de país, de sentimiento o de
perspectiva? Quedarme exánime ante una situación, no es mi prototipo de felicidad.
Rodríguez R. Gabriel J.
@gabo_rodríguez3
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