martes, 23 de diciembre de 2014


“La abuela del arcángel”




Probablemente la ausencia de una figura paternal contundente, sostenible y perenne en mi niñez, sea la causante de una manía que, cuando efebo, solía desempeñar con motora astucia. Adopté un centenar de abuelas, que hacían de mí, una orquesta de letanías benedictinas, en cada evento o tertulia asistida.  Tuve una cantidad innumerable de mujeres guapas, solemnes y beneméritas que hicieron de mi niñez, un mundo maravilloso. Esplendidas madres con esa condición que no confinaban su maternidad ha media docena de crías, era una sensación de compromiso maternal tan arraigada, que parecían madres de todos.  Con personajes así tengo para escribir una enciclopedia, pero para recordar con amplio detalle, dudo que tenga algún recuerdo más lucido y presente, que la que a continuación suscribo.

-       - ¿Abuela por qué estos edificios se llaman Madre Vieja?
-      -  “Porque mas va a ser hijo: porque vivo yo, tu Madre Vieja”.

De una estatura inversamente proporcional al tamaño de su corazón, era esta hermosa viejecita. Con un poder de la palabra y de la oración que, jamás volví a ver en mi hoy treintena de años vida. Cada movimiento, cada decisión, cada paso, cada logro, cada desacierto, era entregado – casi creo oírla in situ – a la inefable espada de San Miguel Arcángel. Una vez – y bastó esa para no olvidar jamás – me sostuvo con fuerza la mano, y me dijo:

-  -   “Usted tiene un nombre de mucha responsabilidad, usted es un niño y será un hombre que debe portarse muy, pero muy bien”
-   -    ¿Y eso abuela? – Respondí inexperto.
- -  “Usted mi nieto, tiene el nombre de un Arcángel, no de un ángel. Eso es una hidalguía celestial, que separa a estos pocos personajes, del resto de la corte celestial; Así, que cuando usted escuche que le digan: ¡Como el ángel Gabriel! siempre corríjalos haciendo la salvedad de la importancia de su cargo: Arcángel. Y no cualquier arcángel: el Arcángel de la anunciación. No olvide eso mi nieto”.

Han pasado más de dos décadas de ese pequeño incidente, y hasta el sol de hoy se ha hecho un cliché de mi parte, corregir en las personas, a tan peculiar alegoría.

En su albornoz o bata – prenda en la que aun le recuerdo - me envolví más de una vez cuando mi vida no alcanzaba aun la decena de años. Y más de una vez me sacó el pulgar de la boca, digamos que no con mucha delicadeza. Manía que entre sus nietos, si mal no recuerdo, no era yo el único que la tenía. Acotando que aunque consanguíneamente no era su nieto, la mescolanza que tuve con los verdaderamente suyos, me dio este apelativo, mas el derecho – según yo – de escribir con un nudo en la garganta, estas humildes líneas.

Al igual que mi abuela materna, esta viejecita tenía la facultad, de estar formándote el más grande de los pleitos, con palabras tan dulces que se recibían como la más grande caricia parlante jamás escuchada.

La grandilocuencia de este personaje, era sin duda, uno de los atributos que mas me encantaban de su personalidad. Una tez de seriedad irrevocable. Unos espejuelos de pastas gruesas, y ojos achinados. Una elegancia aristocrática digna de cualquier realeza. Un don de mando preciso y tajante. Y entre otras cosas, así cual vaquero que donde coloca el ojo coloca la bala, esta – mi abuela putativa – donde colocaba su amistad, dejaba integro el corazón.

      Esto último lo digo, pues la amistad que unió a este ser hermoso con mi señora madre, fue algo extraordinariamente inextinguible. En esos puntos de quiebre, en donde la debilidad tuerce y escuece el corazón de los seres humanos,  en esas ocasiones en donde se iba sin anuncio la luz al final del túnel, en esas situaciones donde la ceguera te invitaba a la rendición, aparecía ella, sin floritura ni mingonería te espabilaba espetando:

-   -    ¡Párese carajo! Usted es un/una – mujer, hombre, niño, dependiendo del caso – muy grande para estar sucumbiendo ante esas nimiedades. Yo se que usted tiene para hacer eso y más, y si se lo propone, mucho mejor. Así que adelante.

Y vaya que esto se lo oí decir hasta el hartazgo: Adelante hijo, adelante.

Palabras que de inmediato te rescataban del abismo y te ayudaban nuevamente a andar. Entre sus haberes también me regaló a una hija con la que siempre jugué de niño que era mi novia – obvio a escondidas de su pareja – (Risas), Pero, cual novia podía tener una criatura de ocho años. Mi muy buena amiga, y también madre. La cual a su vez, me regaló también par de hijas, también hermanas – cito par, pues para entonces era un par. Madre a quien también recuerdo con el más caluroso cariño.

Injusto sería olvidar, los auto palmazos en el lomo que se daba mi abuelita, cuando le tocaba recordar, donde reposaba el esfuerzo de haber sacado adelante a todos sus hijos:

-  -     “Con el sudor de la frente, y con el esfuerzo de este lomo hijo, de este lomo – palmadas sonaban – levanté yo a todos mis hijos”.

Hijos a los que mostraba con orgullo, en un relicario metálico, en forma de árbol ramificado, que yacía hace años en la sala de su apartamento. Gente que me abrió no solos puertas de sus casas, sino también las de la primera mía.

De qué manera olvidar, las paraduras del niño Dios, confeccionadas con tanto amor, dedicación, delicadeza y belleza por esta hermosa viejecita y su combo familiar. Yo caminaba – a su lado y al de mi mamá - con una vela encendida en la mano, raspando el alquitrán del suelo con mis pequeños zapatos, recitando lo primero que me aprendí de memoria en la vida - el Padre Nuestro – en las calles del municipio que me vio nacer, mientras la pirotecnia iluminaba el manto  oscuro de la noche y se confundía con el espectáculo estelar de los cielos aquellos decembrinos. Aquellos gélidos diciembres de esos cielos estrellados. Oraba con una fe fulgurante. Y si de casualidad me perdía, al subir la cara ya estaba ella subiendo la voz para yo reenganchar la oración, y seguir a la muchedumbre.

En esos tiempos yo solía anhelar ser arquitecto, puesto que – otro hijo capturado de su seno – cargaba con esta distintiva profesión. Y para ese entonces éramos tan apegados que fue el primer atisbo paternal que conocí. Y ¿Qué niño no quiere ser como su padre?

No viví plenamente la vejez de esta doña, pues los avatares de la vida, nos fueron separando, hasta que solo iba recibiendo, noticias saludos y bendiciones. Pero aun hoy día, cuando la adultez me ha colocado cara a cara con la toma de decisiones, y veo que algún peligro aqueja mi integridad y seguridad, no puedo dejar de recordar jocosamente las sabias palabras de mi adorada abuela Josefina:

-    -   “Al pendejo, lo ven de lejos. El pendejo no llega al cielo, y, si logra entrar, lo joden aquí y lo joden allá”

Hasta poeta lírica me salió esta abuela. No puedo evitar sonreír y llorar justo cuando escribo este axioma tan de ella. Y esto, más que un aforismo cualquiera, es prácticamente, una ley.

Hoy como ley de vida, le alcanzó el turno de entregar el alma. Y es que llega un momento en donde nos toca abandonar la carcasa corpórea que nos ha cedido Dios en sucesión al momento de nuestra creación, para así dar paso a la eternidad.

Hoy Josefina, que te debes estar encontrando con mi Martina – también tu buena amiga – espero se estrechen en uno de esos abrazos calurosos y señoriales de entre ustedes y de para sus hijos. Espero estar haciendo bien el papel de nieto, que ambas me inculcaban. Y espero que en tu ceremonia de imposición de alas, puedas ver más de cerca a tantos a quienes te encomendaste, y a quien encomendaste a todos tus hijos, para poder transitar protegidos del mal,  por este pequeño segmento de infinito que nos empeñamos en llamar vida.

Hay dos cosas que jamás sabré darte: todos los agradecimientos, ni mucho menos el olvido. Siempre presente abuela.

PD: Abuela Josefina, si le ves dile que aun sigo nominado a él, y que aun defiendo su nombre como el mío propio y acotando la importancia de su misión: la anunciación. 

Buen viaje.
Paz a tu alma.
Lcdo. Rodríguez R. Gabriel J.
Gabogeno

@gabo_rodríguez3 

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