Aforismo:
“Nadie es profeta en su tierra”.
Retomando
el frenesí paremiológico de mis primeros escritos hallé esta máxima, mas dudé
en publicarla, no sabía si hacerlo en forma de axioma popular o de maldición.
Francisco de Miranda, de
madre panadera, y padre canario, abandonó su país y la malquerencia de la
Caracas mantuana, para recorrer “el libro del universo”, regresar a su terruño
y hacer que en el joven Bolívar, germinara la semilla de la libertad. Don
Andrés Bello —defenestrado de nuestro papel moneda— en su periplo por Chile
desde 1829 hasta su deceso, demostró lo que quizás, en sus propias raíces no
habría logrado.
La irresponsabilidad de
algunos usuarios en redes sociales deja ver claramente, que hay quienes sufren
cuando un compatriota es distinguido en el extranjero, por haber alcanzado la
admiración de otros al desplegar determinado talento. Veo con supina
preocupación el hecho de que tanto virtualmente, como en las calles, orates emiten
comentarios burlescos y tercermundistas en contra de nuestros exitosos
representantes, cuando vecinos continentales les inundan en loas y elogios.
¿Por qué no puede un
venezolano ser profeta en su tierra? ¿Le tememos al crecimiento? ¿Nos molesta
el avance? ¿Nos perturba el progreso de otro? ¿Por qué hay que partir para
triunfar? Sencillo, no nos valoramos como lo que somos: un país potencia. Y
cuando digo potencia, quisiera suprimir de nuestros tuétanos todo tipo de
hidrocarburo, mineral y la larga ristra de bendiciones que Dios amablemente nos
confirió.
Un país potencia se
fundamenta en el grano de arena que pueda sumar cada ciudadano. Nos hará
potencia bendecir talentos, practicar valores, inculcar educación, promover
cultura, consagrar dones, materializar sueños, originar oportunidades, mecenazgos
artísticos y emprender. El petróleo, mientras no se siembre como recomendó
Uslar Pietri, únicamente nos hará ricos ¿Y qué sentido tiene ser un pobre país
rico? Permítanme el oxímoron.
Hay campos, disciplinas y
artes que en otras civilizaciones se ponderan con la amplitud que merecen. Mientras
nuestra sociedad no abra las fronteras culturales, este capital humano
valiosísimo, solo brillará a kilómetros de aquí, de otro modo, seguiremos
condenados a la evanescencia que sufren todos los corajudos cuyo único pecado,
es hacer de sus sueños, motores de vida.
Cito de El Pasajero de
Truman, de Francisco Suniaga, a un personaje que declaró: “El éxito en nuestra
cultura es intolerable”. Me niego fehacientemente a aceptar esta percepción.
Rodríguez
R. Gabriel J.
@Gabo_Rodríguez3
Gabógeno
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